Audiovisión

AUDIOVISIÓN. Textos extraídos y adaptados de "Audiovisión", Michel Chion. Paidos, Madrid. 1992

Wednesday, April 27, 2005

El sonido la velocidad y el movimiento

Influencias del sonido en las percepciones del movimiento y la velocidad

El sonido es movimiento

Comparadas una con otra, las percepciones sonora y visual son de naturaleza mucho más dispar de lo que parece. Si no se tiene sino una ligera conciencia de ello es porque, en el contrato audiovisual, estas percepciones se influyen mutuamente, y se prestan la una a la otra, por contaminación o proyección, sus propiedades respectivas.
Ante todo, la relación de estas dos percepciones con el movimiento y con la inmovilidad es siempre fundamentalmente diferente, puesto que el sonido supone de entrada movimiento, contrariamente a lo visual.
En una imagen dada en la que normalmente se mueven ciertas cosas, muchas otras pueden permanecer fijas. El sonido, por su parte, implica forzosamente por naturaleza un desplazamiento, siquiera mínimo, una agitación. Tiene sin embargo la capacidad de sugerir la fijeza, pero en casos limitados.
En el caso límite, el sonido inmóvil es el que no presenta variación alguna en su desarrollo, particularidad que no se encuentra sino en algunos sonidos de origen artificial: la tonalidad de un teléfono o el ruido de fondo de un amplificador sonoro. Algunos torrentes y cascadas crean también a veces un rumor cercano al ruido blanco, pero es muy raro que en él no esté presente algún indicio de irregularidad y de movimiento. Puede crearse igualmente el efecto de un sonido fijo, pero con un sentido diferente, por medio de una variación o una evolución indefinidamente repetida tal cual, como un ciclo.
Huella de un movimiento o de un trayecto, el sonido tiene pues, una dinámica temporal propia.


Diferencia de velocidad perceptiva

A priori, las percepciones sonora y visual tienen cada una su ritmo propio: el oído analiza, trabaja y sintetiza más deprisa que la vista. Tomemos un movimiento visual precipitado – un gesto de la mano – y comparémoslo con un trayecto sonoro brusco de la misma duración. El movimiento visual brusco no formará una figura nítida, no será memorizado como un trayecto preciso. En el mismo tiempo. El trayecto sonoro podrá dibujar una forma nítida y consolidada, individualizada, reconocible entre todas.
No es un problema de atención: por mucho que revisemos diez veces el plano del movimiento visual y lo consideremos atentamente (por ejemplo, un gesto complicado realizado por un personaje con el brazo) seguirá sin dibujar una figura clara. Repitamos diez veces la audición de un trayecto sonoro brusco: su percepción se afirma, se impone cada vez mejor.
Hay varias razones para esto: ante todo, para los oyentes el sonido es el vehículo del lenguaje, y una frase hablada hace trabajar el oído muy deprisa (comparativamente, la lectura con la vista es sensiblemente más lenta, salvo entrenamiento especial: en sordos por ejemplo).
Por otra parte si la vista es más lenta, es porque tiene más que hacer: trabaja a la vez en el espacio, que explora, y en el tiempo, al que sigue. Se ve pues, pronto superada cuando ha de asumir los dos. El oído, por su parte, aísla una línea, un punto, de su campo de escucha, y sigue en el tiempo este punto, esta línea. (Pero si se trata de una partitura musical familiar al oyente, la escucha de éste deja más fácilmente el hilo temporal para pasearse espacialmente.) Grosso modo: en un primer contacto con un mensaje audiovisual, la vista es, pues, más hábil espacialmente y el oído temporalmente.

Por otra parte decir que la escucha funciona “al hilo del tiempo” es una fórmula que precisa ciertas correcciones. De hecho, el oído escucha por tramos breves, y lo que por él se percibe y memoriza consiste ya en breves síntesis de dos a tres segundos de la evolución del sonido.
Sólo que, en el interior de esos dos a tres segundos percibidos como una forma de conjunto, el oído (en realidad, el sistema oído-cerebro) ha realizado cuidadosa y seriamente su trabajo de encuesta, de manera que su informe global del suceso, formulado periódicamente, está repleto de detalles precisos y característicos tomados in situ.
Llegamos entonces a esta paradoja: no oímos los sonidos – en el sentido de reconocerlos – hasta algo después de haberlos percibido. Si aplaudimos breve y secamente, y escuchamos el ruido que esto provoca, la escucha – de hecho la aprehensión sintética de un pequeño fragmento de la historia sonora depositado en la memoria – seguirá muy de cerca al suceso: no será totalmente simultánea.

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